Moisés experimentó momentos difíciles en su vida. Huyó de una acusación de homicidio, pasó años en el desierto, confrontó cara a cara un rey que lo despreció, estuvo al frente de una quejumbrosa nación durante 40 años de penalidades, y padeció la deslealtad de esas mismas personas. Pero una vez que Moisés descubrió el secreto de cómo manejar las pruebas, las enfrentó con valentía una a una.
Aunque volvió a Egipto con un llamamiento inequívoco del señor (éx 3.10), aún así debió de haber sido intimidante presentarse en la corte de Faraón. Y Moisés tuvo que pedirle diez veces que dejara ir a los israelitas. El rey no cambió de parecer por las langostas; tampoco fue convencido por la plaga de úlceras, ni por el agua convertida en sangre. De hecho, les hizo la vida aun más difícil a los esclavos, obligándolos a buscar los materiales con que hacían sus ladrillos. Los hebreos, por su parte, fueron muy ingratos con su líder.
Pese a toda la oposición, Moisés siguió volviendo al palacio hasta que logró el propósito de Dios, la liberación de su pueblo. Mientras dirigía el éxodo de Egipto, "se sostuvo como viendo al Invisible (He 11.27). Con un montón de duras experiencias detrás de él, y a pesar de las demás que vendrían liderando a este pueblo rebelde, Moisés avanzó, consciente de que estaba caminando en la presencia de Dios.
Dios le había prometido que estaría con él en cada paso del camino (éx 3.12). El líder israelita fijó su atención en esa promesa y en Quién la había hecho. Tuvo la sabiduría de confiar en que el Yo soy (v. 14) —el eterno soberano del universo—guardaría su camino y le daría la victoria en las pruebas.
Aunque volvió a Egipto con un llamamiento inequívoco del señor (éx 3.10), aún así debió de haber sido intimidante presentarse en la corte de Faraón. Y Moisés tuvo que pedirle diez veces que dejara ir a los israelitas. El rey no cambió de parecer por las langostas; tampoco fue convencido por la plaga de úlceras, ni por el agua convertida en sangre. De hecho, les hizo la vida aun más difícil a los esclavos, obligándolos a buscar los materiales con que hacían sus ladrillos. Los hebreos, por su parte, fueron muy ingratos con su líder.
Pese a toda la oposición, Moisés siguió volviendo al palacio hasta que logró el propósito de Dios, la liberación de su pueblo. Mientras dirigía el éxodo de Egipto, "se sostuvo como viendo al Invisible (He 11.27). Con un montón de duras experiencias detrás de él, y a pesar de las demás que vendrían liderando a este pueblo rebelde, Moisés avanzó, consciente de que estaba caminando en la presencia de Dios.
Dios le había prometido que estaría con él en cada paso del camino (éx 3.12). El líder israelita fijó su atención en esa promesa y en Quién la había hecho. Tuvo la sabiduría de confiar en que el Yo soy (v. 14) —el eterno soberano del universo—guardaría su camino y le daría la victoria en las pruebas.
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