Motivado por el amor, Dios proveyó la manera de que nuestros pecados fueran perdonados. Envió a Jesús para ser nuestro salvador; cuando confiamos en su sacrificio expiatorio a favor nuestro, recibimos su regalo del perdón.
Antes de poner la fe en Cristo, estábamos muertos en nuestros pecados, y éramos objetos de la ira divina (Ef 2.1-3). Pero nuestro misericordioso Padre celestial envió a su Hijo Jesús para redimirnos. En la cruz, el salvador tomó sobre sí mismo nuestros pecados y experimentó la furia de Dios por el bien de nosotros. Su muerte nos aseguró el perdón —no había nada que pudiéramos hacer para obtener la aceptación de Dios. Somos salvos por gracia mediante la fe en Cristo y en lo que él realizó (Ef 2.8, 9). Nuestra salvación es un regalo del Padre celestial.