Cuando ponemos nuestra fe en Cristo como nuestro Salvador, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros. Ese es el momento de la salvación, cuando nos convertimos en nueva creación. Sin embargo, hasta que cese la vida en este cuerpo terrenal, habrá guerra continua entre los nuevos y los viejos patrones de conducta.
Para llevarnos a la victoria, el Señor puede permitir dificultades que nos causen quebrantamiento. Su propósito es liberarnos de nuestra vieja "carne", para que podamos experimentar la plenitud de Cristo.
Analicemos esta carne. Lo que sigue son indicadores de que el yo pecaminoso sigue con vida: vanagloria, egocentrismo, obstinación, autodependencia y arrogancia. Tales cosas están presentes en todas las personas en mayor o menor grado, pero con el tiempo nuestro Padre celestial les pone fin.
En el momento de la salvación, Dios nos da su naturaleza, cuya evidencia es el fruto del Espíritu: "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Gá 5.22, 23). Estas cualidades nos permiten amar y ser amados. Pero, si estos atributos están ausentes, nunca podremos experimentar realmente la vida como Dios quiso que fuera. El proceso de quebrantamiento y restauración es desagradable, pero por el resultado final vale la pena el sufrimiento que exige.
¿Qué gobierna sus acciones, decisiones e ideas? ¿Son influenciadas básicamente por el Espíritu Santo o por su carne? Se necesita valentía para mirar nuestro corazón y notar su verdadera condición. Pídale a Dios que obre en su vida, para que el Espíritu Santo pueda reinar en su vida.
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